viernes, 14 de marzo de 2014

Andrea

Estoy en clase y la compañera que tengo al frente, inicia una exposición.
Expone acerca de materiales aislantes. No presto atención, solo veo que el material sobre el que habla, se ve como algodón de azúcar, algodón de azúcar rosado, como la prenda que olvidaste en nuestra habitación, el último día del viaje.

Ese algodón de azúcar será encerrado entre láminas de yeso.
¿Para qué?
Ni siquiera las hormigas podrán entrar a comérselo.
Si la casa se incendiara, sería esa masa rosada la que primero recibiría el fuego. En silencio, sin decir una palabra, de pie.

Triste sería el destino de esta prenda, si continuara guardada en la gaveta donde tengo las medias y la ropa interior.
Para eso nos vamos a ver cuando termine esta clase. Te entregaré la prenda rosada, más de un año después.
La tomarás, me dirás algo con ese acento tuyo que contiene todos los acentos, sonreirás y te irás.

El último día del viaje, todo el mundo bailaba mientras hacías la maleta; y me pregunto,
¿Cuántas maletas has hecho? Yo tres nada más.
¿Cuántas antes de que te vayás?

Porque te irás, nena, tu espíritu abundante no podrá soportar el encierro de tu cuerpo.
Te irás rápido, como el algodón de azúcar que desaparece justo cuando entra en la boca.
Te irás recibiendo el primer fuego, por todos nosotros.
En silencio, sin decir una palabra. De pie.

domingo, 9 de marzo de 2014

Mudanza

Escribo esto desde la repisa donde ya no queda ningún libro y me pregunto si existe un tiempo preciso para esto, para la mudanza.

Hace un rato leía la dedicatoria de mi primer libro de poesía, poemario de una mexicana que escribe como si escribiera en Java. La dedicatoria dice que escriba más, pero que lea más. Cosas que ocho años después, sigo postergando.
2007, el año en que no supe más qué hacer con mi vida.

A mi lado están también, todos los libros que compré en un viaje. Un año en que hubo plata.
Pienso que fue bueno haberla gastado en libros.
Pienso que fue terrible haberla gastado en libros. La maleta pesa una putada.

Esa maleta es un bulto desteñido que lleva mi nombre, período de la infancia en que hice el intento por jugar fútbol.
Resultado: tres campeonatos en banca, un romance efímero de mi madre con el entrenador, mi primera confrontación con la frustración y la derrota.
Aún resuenan en mi cabeza los gritos del entrenador cuando frente a la portería, hice lo que mejor sé hacer: desviar la pelota hacia otro universo.

En la cama están las flautas que coleccioné durante un tiempo, el tiempo en que coleccionaba flautas; están mezcladas con infladores. ¿Y por qué no? Son cilíndricos al igual que las flautas.
La única diferencia es que unas quitan el aire, los otros lo devuelven.
Son delgadas las flautas, son delgados los infladores y son delgados los libros de poesía, como yo.

El año en que hubo plata.
Fue bueno haberla gastado en libros.
Fue terrible haberla gastado en libros. Todos son de arquitectura. Y yo, no soy arquitecto.