viernes, 14 de marzo de 2014

Andrea

Estoy en clase y la compañera que tengo al frente, inicia una exposición.
Expone acerca de materiales aislantes. No presto atención, solo veo que el material sobre el que habla, se ve como algodón de azúcar, algodón de azúcar rosado, como la prenda que olvidaste en nuestra habitación, el último día del viaje.

Ese algodón de azúcar será encerrado entre láminas de yeso.
¿Para qué?
Ni siquiera las hormigas podrán entrar a comérselo.
Si la casa se incendiara, sería esa masa rosada la que primero recibiría el fuego. En silencio, sin decir una palabra, de pie.

Triste sería el destino de esta prenda, si continuara guardada en la gaveta donde tengo las medias y la ropa interior.
Para eso nos vamos a ver cuando termine esta clase. Te entregaré la prenda rosada, más de un año después.
La tomarás, me dirás algo con ese acento tuyo que contiene todos los acentos, sonreirás y te irás.

El último día del viaje, todo el mundo bailaba mientras hacías la maleta; y me pregunto,
¿Cuántas maletas has hecho? Yo tres nada más.
¿Cuántas antes de que te vayás?

Porque te irás, nena, tu espíritu abundante no podrá soportar el encierro de tu cuerpo.
Te irás rápido, como el algodón de azúcar que desaparece justo cuando entra en la boca.
Te irás recibiendo el primer fuego, por todos nosotros.
En silencio, sin decir una palabra. De pie.

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